Nahuatzen.- 22 de enero del 2013.- El relativismo moral sostiene que las normas morales y los juicios de valor de índole ética no tienen validez universal, que cualquier fundamentación que se les pretenda otorgar carece de sostén. Según ese tipo de relativismo, no hay un criterio totalmente válido para juzgar las acciones humanas, ni las costumbres, ni las instituciones, porque “todo pende del código con que se mida”. Según el relativismo moral, los códigos de ética y los juicios estimativos son sólo relativos a las tradiciones, convicciones o prácticas propias de la cultura de un grupo social, así como también a sus creencias: “nada es verdad, nada es mentira, todo depende del cristal con que se mira”. Lo que empuja al relativismo social. Y al desplome de toda justicia: no otra ley que la del más fuerte.

Pandemia de nuestro tiempo, el relativismo moral nos ha conducido a un relativismo social donde no impera otra la ley que la ley de la selva: secuestros, asesinatos, robos, atropellos, etc., haciendo a un lado cualquier norma moral y sin que se pueda aplicar el estado de derecho. En ese sentido el relativismo moral priva al hombre de convenir toda ética. Desconoce también las estructuras mismas de una cultura cualquiera. No admitirá el concepto de un Ser Superior ni tampoco espiritualidad alguna. De ahí el imperio de la impunidad y el libertinaje. Quienes “se rigen” por el relativismo moral no se miden. Llegan por tanto a un estado temerario de perversión psicológica donde no hay lugar para el remordimiento, que a la luz de la dignidad humana equivale a un estado de irredención y al rechazo vital de sus raíces fundantes.

Es por eso que toda sociedad, apenas comience a reconocer en sí misma los síntomas del relativismo moral, para no caer en el caos social, debiese voltear a sus raíces culturales y, en ellas, a sus principios morales. Tal y como cada año, por ejemplo, lo hace el pueblo p’urhépecha al celebrar el primero de febrero la Kurhikuaueri K’uínchikua o Fiesta del Fuego Nuevo, más conocida como Celebración del Año Nuevo P’urhé. No cabe duda que se trata de un evento vital de profunda espiritualidad, porque le ha permitido de alguna manera sortear con mejor fortuna que la sociedad dominante, los embates que la aquejan. Nos referimos al relativismo moral, al individualismo y, entre muchas otras pandemias, al neoliberalismo.

Quien lo quiera comprobar puede acudir del 30 de enero al 2 de febrero de este año t’urhixi a la comunidad indígena de Nahuatzen, sede de esta celebración. Desde luego que debe saberse invitado. ¿Qué es la Kurhíkuaueri K'uínchikua? No otra cosa que la revalorización de la identidad cultural p’urhé y de sus valores, teniendo como elemento central el Ch’ipiri Jimbanhi o, en medio de la obscuridad total, precisamente cuando la nebulosa de Orión se halle en el cenit la noche del primero de febrero, el encendido del Fuego Nuevo. Dados los retos que nos tienen impuestos tanto la actual irreligiosidad como toda clase de relativismo, esta fiesta de fiestas tiene como objetivo: P’ískuntani, Mimixekua, Tanaxarantani y Uinaskuntani, sustentados en el sistema cultural de los Jukaparakuecha o valores de la p’urhepecheidad, ahora más que nunca necesarios para no perder nuestro centro cultural y así poder escapar de los males anejos al relativismo moral.

Como T'erunchiticha o Cargueros, junto la comunidad Iuatseni anapu, extendemos con todo cariño una invitación a todas las comunidades, p’urhépecha o no, a compartir estos días. A reflexionar en junto, a invocar a Nana Kuerauajperi, a departir y compartir, a comer, a cantar y bailar. En otras palabras: a la K’uínchikua, a la Uandajperakua, a la Uandotskuarhikua, al Mójtaperakua, a la K’eri T’irekua, a la Uanopikua, a la Tsípikua, al Jimbanhi Uéxurhini Erotskua, a la Jimbanhi Kurikua, al Jimbanhi Eiamperakua y a la Tsantskua. ¡Los esperamos!
T'erúnchiecha Iauatseni anapu
Cargueros de Nahuatzen