Por: Raúl Cruz Sebastián.

En un día Tatá Jacobo le dice a su mujer que se aprevenga porque abría que acompañar a los compadres, ya que se le casaba uno de sus hijo; Naná Carmela lo escuchaba, aunque no lo hace con mucho gusto ya que su esposo tomaba mucho cada vez que asistían a una fiesta o un casamiento en la comunidad con los demás. Sin embargo, es una obligación moral y social en una comunidad P'urhépecha el acompañar en este importante evento a los compadres; así ambos salieron de su casa y no muy lejano se escuchaba ya la música y los cuetes, Tatá Jacobo va acomodando su sombrero de ala ancha, mientras su esposa va muy elegante estrenando su reboso de bolita que su esposo le compro hace algunos años atrás en una fiesta en Ahuíran.

Sus compadres los reciben con gusto mientras reciben los obsequios, los invitan a que tomen asiento ya que la comida no tardaría en servirse; todo aquello era fiesta, baile, platica, risas, churhípo, bebidas entre conocidos, pero después paso algo cómo que si el tiempo se detuviera en aquella comunidad, Tatá Jacobo, empezaba sentir mucho frio y sed como que sí le dieran de latigazos en sus brazos, y siente que alguien lo mueve, cuando despierta estaba tirado en unos trozos de madera y mira aquella persona quién insistentemente busca en despertarlo, aquel señor era muy elegante, de buen porte, llevaba traje, con sus zapatos de charol, llevaba un sombrero muy fino y elegante, por más que le quería ver su rostro nomas no lo lograba ver su silueta, Tatá Jacobo, levantándose se pregunto, mientras se tallaba los ojos pues ¿Dónde estoy? ¿Qué fue lo que paso? y ¿este señor quien será? Lo único que sé que no es de aquí por su forma de vestir y su habla es diferente.

Tatá Jacobo, estaba asombradísimo no encontraba lógica de aquella escena que estaba viviendo, pero cómo ya no había nadie en el lugar, ya ni la banda de música, ni la gente y ni su mujer, solo una lámpara con luz lánguida a lo dejos de una esquina apenas se veía, era muy noche, finalmente opto en aceptar con muchas reservas la invitación de su nuevo amigo que había salido desde el fondo de la obscuridad. Aquella pareja de bohemios caminaron en las calles de aquel pueblo P'urhépecha, platicando y otras veces riéndose a carcajadas, caminaron, y así se pasaron de largo donde vivía Tatá Jacobo por donde tenía su humilde casa sin darse cuenta.

Seguía caminando y llego un momento en donde el esposo de Naná Carmela, quería entrar en razón aquella caminata le había sentido algo prolongado, fue que su misterioso amigo le dijo, ya casi llegamos amigo, mira desde aquí se alcanza a ver mi casa, hay otros amigos, muchas botellas y mujeres nos están esperando para que sigamos pasándonosla bien. En la mente de Tatá Jacobo, algo no calibraba bien y fue así que se detuvo, y en eso se escucho el ladrar de los perros, y se paralizo de ahí nadie lo movía, en eso escucho que alguien le gritaba que no se soltara del tronco, ¡Quédese allí!, mientras por otro lado aquel mal amigo, le insistía que avanzara con un tono de enojo, y aquel Catrín lo amenazo ¡Si sigues tomando vendré por ti en definitiva!

Dos personas vecinos de ese lugar le dijeron a Tatá Jacobo que no se preocupara que ya había pasado todo, escuchamos que venias hablando solo por más que quisimos ver y conocer a la otra persona no lo vimos, Tatá Jacobo, al despertar se asusto al ver que si diera un paso más al fondo de aquél profundo barranco caería.
Aquellas personas lo llevaron a su domicilio y él les agradeció mucho ya casi era de madrugada, al día siguiente, se despertó y saludo pero no reclamo a su mujer de haberlo dejado, después de aquel acontecimiento a Tatá Jacobo lo veían triste y muy callado, trabajaba pero se recogía pronto, todos sus amigos lo veían raro y no se explicaban que fue lo que le había pasado con su alegre amigo.

Un día uno de sus compadres lo paso a visitar a su casa, donde Tatá Jacobo estaba dando filo su guadaña, ¿cómo estas?, ¿estás bien, por qué ya no sales?, Tatá Jacobo hace señas para que se sentara y le empezó a narrar todo lo que le había pasado, y le pidió y recomendó a su mejor amigo que les avisará a los demás que ya no tomaran y que se recogieran temprano porque, no provoquen que el Catrín P'urhépecha venga por nosotros, y los va llevar para siempre. Un año después en una mañana su mujer despertaba a su esposo porque se hacía tarde para ir a trabajar, y Tatá Jacobo no respondía, ya había muerto dejando así solo a Naná Carmela y a su pueblo y a sus amigos.