Fuego Nuevo: derecho de los pueblos indígenas a revitalizarse.
Indígenas iniciaron el trayecto hacia la celebración del Año Nuevo Purépecha.

Por Martín Equihua Equihua. Colaboración especial.

Erongarícuaro, Michoacán. 28 de enero.- Temprano, con la luz del día derramándose sobre los vestigios del lago que en otros tiempos inundara a la isla de Jarácuaro, menos de una centena de purépechas salió a andar los viejos caminos, con el Fuego Viejo en sus manos, rumbo a la comunidad de Conguripo, donde el Fuego Nuevo arderá la noche del primer día de febrero, según esta representación colectiva de uno de los rituales más importantes de la cosmogonía purépecha antigua que floreció sobre estas tierras de pescadores.

Ya entrada la noche los recibió una comitiva comunitaria en la plaza de Tiríndaro, donde pernoctarán, después de recorrer más de 40 kilómetros de sierra, llanos terregosos y alambradas interminables que han ahorcado el sistema de vasos comunicantes del pasado.

Se trata de un movimiento que en los hechos reivindica el derecho de los pueblos indígenas a revitalizar las manifestaciones antiguas y presentes de su cultura, dentro del cual se perciben desde expresiones con cierto toque fundamentalista, que sugieren restituir el viejo sentido religioso, con los dioses de entonces intactos, como Kuricaueri y Xarátanga, hasta otras menos ortodoxas que sin dejar de pensar en el pasado, no pueden dejar de ver las tierras maltratadas de hoy, la depredación, las huellas de batallas por linderos, y no se diga la pobreza embarrada en los caseríos.

Es un movimiento cultural que sigue en ascenso, pero que, sin embargo, carece de un accionar sistemático para propiciar reflexión y compromiso social sobre una agenda menos sideral y pasatista, que haga valer los paquetes de derechos ya sembrados –no sin esfuerzos de décadas– tanto en instrumentos internacionales como en la propia Constitución general, y otras leyes de las que destaca sin lugar a dudas la Ley General de Derechos Lingüísticos.

En Uricho, ya en el municipio de Erongarícuaro, su primera parada, el jefe de tenencia se va al grano en la recepción: “que los maestros de nuestros pueblos entiendan para qué son maestros”, y asegura que es necesario trabajar más por la cultura, y en especial por la lengua indígena. El diputado que asegura que a partir de ayer preside la Comisión Indígena del Congreso del Estado, expresa interés por trabajar más para darle vida a una política lingüística, y ofrece que revisarán la ley estatal aprobada apenas el mes anterior.

El objetivo del recorrido del Fuego Viejo, se dice, es transitar el territorio ancestral. El caso es que más allá del atractivo mediático, académico y político que pudiera tener tal propósito, la realidad es que lo que el territorio multiplica son cercas alambradas, franjas devastadas de pino y encino, conflictos diversos. Cherán, el emblemático Cherán, no termina de hacer las paces con Tanaco, ni con Capacuaro, ni con Rancho Casimiro Leco. San Juan Nuevo no lo hace con Angahuan, quienes ahora incluso juegan a confundir los caminos que llevan al volcán Paricutín. La telaraña de conflictos sigue ahí, instalada, inamovible, si bien de vez en cuando se sacude un poco.

En otro pueblo, de una comitiva de niños alguien pregunta que el fuego para qué es, y sin más, otro responde: “para calentar el cuerpo cuando hace frío”, y todos asienten, y se acercan a él para terminar de evaporarse el hielo que por las mañanas entumece los cuerpos. El fuego seguirá esperando.

A la caravana se irán sumando más. Las bajas se reponen. La presión le sube a una señora que mira al cielo con ojos de perdón, al subir el pedazo empinado de sierra de Erongarícuaro. El asma de otra exige un inhalador. Las piernas se doblan.

Pero la indiferencia en otras tantas comunidades también es evidente. No les importa que el fuego sea nuevo, viejo o futuro, o que por sus calles pase la comitiva, a la hora en que las garzas regresan a sus nidos. Menos aún les importa que el derecho reconozca ya, a pesar de sus vacíos, y sobre todo a pesar de las pretensiones uniformadoras en el mundo, el derecho colectivo de los pueblos, como algo “indispensable para su existencia”, y por ello, el derecho a “manifestar, practicar, desarrollar y enseñar sus costumbres, ceremonias y prácticas religiosas”.