La mujer indígena en el arte musical.

La necesaria conversión de elementos.

En el complejo sistema de convivencia social que rige entre las comunidades urbanas y el mundo indígena americano, sobresale aún la lucha constante por el derecho al libre existir indigenista bajo formas de pensamiento determinadas por tradiciones ancestrales y por los retos que plantean las necesidades actuales.

La integración paulatina de ambos mundos no logra garantizar todavía la igualdad de oportunidades a los indígenas americanos, quienes se debaten entre dos polos de ataque: la supervivencia material en medio de una sociedad que le niega su propia esencia (los gobiernos que rigen en países con población indígena les cataloga de campesinos), por un lado, mientras por el otro, el indígena común es moldeado en el deber de proteger su propia raíz cultural aún a costa de su bienestar económico.

Como reflejo a eso, la expresión musical indígena toma ahora una utilidad adyacente al convertirse en símbolo de identidad para los casi 27 millones de indígenas que habitan en los más de 600 grupos diseminados en Bolivia, Ecuador, Guatemala, México y Perú.

Las diferencias instrumentales, simbólicas y conceptuales entre una expresión musical indígena y otra, si bien lograron imponer su propia línea divisoria, fueron los suficientemente maleables para fundirse en el objetivo común de la exigencia al derecho de la cultura propia.

En lo que respecta a México, los ejemplos actuales de la tradición musical indígena apuntan a una pérdida de acervos tradicionales. Se calcula la existencia de 260 mil ejemplos musicales indígenas contenidos en grabaciones que corren el riesgo de desaparecer por falta de conservación, según advierte la Comisión Nacional de Desarrollo Indígena.

Y es en este punto donde la mujer indígena transmuta su función social dentro de la comunidad a la que pertenece, y se convierte en eje de la supervivencia comunitaria. Algunas mujeres con oportunidades de estudio salen ahora de sus comunidades con el objetivo centrado de obtener los recursos de gestoría suficientes para hacerlos llegar a sus lugares nativos.

Dentro de la carga cultural que esas mujeres portan se encuentra la música como uno de los elementos más fácilmente detectables para el resto de la sociedad, convirtiendo así a esa herramienta tradicional en factor de explotación a favor del acercamiento multirracial.

La mujer indígena asume ahora un rol que es sólo derivación del primero. Su posición como centro del movimiento familiar, revestido con el velo tradicional de la pureza y la perfección que su condición femenil le otorga, ahora se nutre con el de la fuerza de la transformación social que su trabajo al exterior provoca en bien de la comunidad a la que sirve y pertenece.

La música y la mujer indígena representan en su mezcla la modificación a la que se obliga toda tradición por el solo hecho de continuar viva. Su papel como danzante relegada a ciertas ceremonias de importancia menor se modificó también en el devenir de las necesidades y de la adecuación de conceptos costumbristas, hasta llegar a la categoría de elemento de vanguardia en la lucha constante por mantener presente su raíz histórica ante una sociedad urbana que se dirige a la pérdida de su propia identidad colectiva.

De la misma manera en que los Estados utilizan a la música para despertar un sentimiento nacionalista que unifique a la sociedad que gobierna, la mujer indígena llegó a la música en calidad de protagonista para expandir su propia identidad grupal. Y aunque ese proceso dista mucho de llegar a su fin, no cabe duda de que los logros en ese sentido empiezan a multiplicarse, pues la sola coexistencia de música, mujer, escenario y público ávido de conocimientos nuevos es ya una muestra de un avance innegable a favor de los pueblos indígenas de América.

En la lengua p’urhembe, las mujeres han sido el tema principal para muchos de nuestros compositores a través de la música, plasmadas siempre en la inspiración, creando así las sentidas pirekuas, los dulces sonecitos, así como los sones abajeños, dedicados a la mujer.

He observado en los festivales y audiciones con motivo de las fiestas patronales que se organizan en las comunidades que existen mas participación de la mujer en el arte musical, tocando con las orquestas o bandas de mayor tradición.

Pero aun así, ciento que hay que impulsar a las nuevas generaciones de mujeres indígenas para integrarlas al arte, ya que estamos convencidos de la necesidad que existe en nuestro tiempo de concebir gran parte de nuestra cultura: a través de nuestra música, y que somos portadoras de esa Xiranhua, tenemos el compromiso de rescatar una realidad viva cargada de tradición que es nuestra música.

Andrea Bautista Rangel
Violinista (Integrante del Grupo P’urhembe)

Noviembre del 2005