Mensaje de Francisco Martínez, presentación del disco "Kaxumbikua T’arheperama", en la ciudad de Uruapan, Michoacán
¿Cuál puede que sea la razón de un comentario de la música contenida en un disco? ¿Acaso al reproducirlo no debiese hablar por sí mismo? ¿Acaso podría uno con su habladuría aumentar la valía del compositor, la belleza de cada composición, mejorar su ritmo melódico, su contrapunto? ¿Acaso otro podría con los ires y venires de sus decires hacer crecer o menguar la calidad interpretativa del cantante o del grupo que acompaña la música?
¿Por qué entonces esa manía de explicar, de intentar de una y mil maneras esa imposibilidad de trasladar una expresión musical cualquiera, por ejemplo la que en esta noche nos ocupa, a nuestro andamiaje verbal?
La música no es ciertamente la única entre las artes bellas, que es objeto de innumerables artículos y libros que tratan de explicar hasta la última nota o de incursionar por su maelstrom semántico. Ahí están la pintura y escultura que sufren un embate verbal de manera similar; pero la escisión con la música, siempre efímera e indefectiblemente atada al momento, resulta tanto más profunda porque en tanto el cuadro o al escultura yacen en sí mismos como única e irrepetible propuesta del artista, la música es una y múltiple en cuanto cada vez que se le interpreta se suelta de su autor y cae de manera aviesa en el anímico vaivén de un intérprete que unas veces la honra y otras tantas a desdorarle llega. Por no hablar del público que le escucha.
En el caso que nos ocupa, como es este libro disco dedicado a la obra de Tata Juan Victoriano de San Lorenzo Nareni (el último, casi me atrevería a decir, de los últimos Tatá K’éricha), existe además una gran diferencia entre utilizar el idioma castellano para comentar una Pirekua o sonecito en P’urhé, como existe tratar de dirimir su valor musical empleando el lenguaje usual. Sin embargo, nadie ha podido poner un alto a las notas en los programas. Los oyentes no sólo las disfrutan, sino que confían en ellas y quieren hacerlas propias como para eternizar un arte cuya esencia es transcurrir unos minutos en el tiempo. ¿Por qué?
Quizá porque las notas y comentarios abonan al ritual de un concierto. Su propósito es servir a que el oyente sortee ese ritual y se pueda poner sin ambages en contacto con la música y, si tiene suerte, con las personalidades del compositor y del artista. Con esto se consigue hacer crecer el placer estético. Y sin embargo, así pudiésemos proporcionar el mejores de los comentarios, se supone que sea que se escuche en vivo o se sirva de una grabación como la de este CD, lo que en realidad se busca es que el arte del compositor se haga presente de manera sublime y llegue sin más y de manera fiel, leal y cristalina al corazón y a la mente del público a quien la dirigió como ofrenda de su vida.
Pero vayamos al CD que esta noche estamos presentando. Intitulado “Kaxumbikua” = pundonor (quizá podría ser uno de sus equivalentes en nuestra lengua) compendia de alguna manera no sólo la obra y el pensamiento de Tata Juan Victoriano, sino que compendia también el sistema de valores culturales que ha caracterizado a la etnia a la que pertenece. El posicionamiento del oyente, en parte va a depender de cuánto sea afín o no al Pueblo P’urhépecha. Y si se trata de un P’urhépecha quien lo escucha, entonces dependerá también de cuán lejos o cerca se halle de sus propias raíces. Pero volvamos al título. Adviertan: no se le llamó “Sones y abajeños p’urhépecha” o “Rocío Próspero canta pirekuas”. Tampoco “Canciones de San Lorenzo”, ni “La mejor voz de Tingambato”. A pesar de que se trata de música p’urhépecha y de sones y abajeños de San Lorenzo y de Nana Rocío Próspero de Tingambato. ¿Saben por qué? Porque existe una invitación a ir al fondo. A transcurrir del significante al significado. A trascender ritmos y melodías enmarcados en compases. Lo que no quita que alguien la pueda oír como música de fondo mientras platica de cosas vanas, mientras trabaja o mientras viaja. Sólo que como lo advierten las notas del cuadernillo: no es música para quedarse en su superficie.
“Kaxumbikua”, queridos amigos nos quiere sisear al oído su clave cultural, como para que éste susurre a la mente y al corazón un secreto p’urhé celosamente atestiguado por Tata Juan codificado en el siguiente mensaje: sesi pikuarerakua ambesti éngajtsïni juchantsïni diosï kueraka, ka éngaksï parhakpinirhu jaká ka echerirhu éngajtsïni imá íntskuka. sesi p’ikuarerakua juchari k’uiripueri, juchari uandakueri, juchari p’indekuecheri éngaksï sésiuaka, ka k’uratsikua éngaksï p’indekuecha no sesi jasïaka. sesi p’ikuarerakua juchari uinhapikueri. indé sesi p’ikuarerakua ka indé k’uratsikua, éngaksï marhoatauaka, jindestiksï juchari kaxumbekua.
-¿Le entendieron? -¡No, porque lo dijiste en P’urhé!, me podrán contestar. Si sólo en eso residiese su dificultad, entonces lo traduciría al español. Luego podríamos hacer una radiografía de cada composición citando la clave en que está escrita, su tonalidad, sus modos y su número de compases hasta escalar su cima significativa. Pero yo les digo, por citar un ejemplo: ¿podríamos de esta manera describir y adentrados a la personalidad de una intérprete tan egregia como lo es nuestra amiga Rocío? Pues lo mismo sucede –y ése es mi muy particular punto de vista- con Tata Juan y su música.
Para escuchar este disco, entonces, a más de leer el librito que le da abrigo, valdrá la pena que primero se pregunten, para aquilatarla a fondo, cuál es su posición no sólo respecto a la etnia P’urhépecha, sino su posición respecto a la vida misma. Luego, ya para ser más prácticos, les sugiero: comiencen y terminen la sesión reproduciendo “Male Rosío” en la pista Nº 1del CD. No se fijen en la letra, sólo escuchen la voz a capella de Tata Juan, a sus 83 años. No sólo alberga el talento y la musicalidad propios del artista; contiene una nobleza singular, una reconciliación con la vida, una profunda bondad y una auténtica espiritualidad.
Contiene además, sin lugar a duda, el sonido propio de lo más noble y representativo de la cultura P’urhépecha. Voz y corazón juntos, pero también la dignidad y el honor que sólo otorgan el servicio. ¿Ya ven por qué este CD se intitula “Kaxumbikua”?
Enseguida escuchen la misma pieza con Nana Rocío a quien fue compuesta y dedicada a ritmo de son, esta pirekua. La pista es la Nº 8. ¡Abusados! ¡No se dejen entre-llevar ni por el ritmo sincopado de ese maravilloso son, ni por las notas agudas y bajas en rápida sucesión que la cantante interpreta con su hermosísima voz! Sin cerrar los oídos, abran de par en par las puertas de su alma: dense cuenta cómo se mimetiza con el alma del Tata compositor el alma de la Nana intérprete a quien va dedicada la pieza. Nadie que no capitalice en sí años y años de amoroso servicio al pueblo P’urhépecha, que no lo haya enarbolado con sus valores y escanciado hasta la última gota su economía de servicio, la podrá expresar de esa manera. Miren que se trata de dos almas gemelas unidas por una música tan madura como genial y fresca.
Finalmente y antes de recorrer las otras piezas, si sienten curiosidad, atiendan a la letra. Verán que sólo es una carretera para comunicarse de ida y vuelta.
Que no es otra cosa lo que nos procura Tata Juan.
Buenas noches.
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Francisco Martínez
Mayo 7 de 2011 / Uruapan, Michoacán, México