
Tanganxoan observó lágrimas frescas, a decir verdad cristales fríos recién corridos en el rostro de Naná...
Con más de cincuenta collares multicolores al cuello, enrollado el reboso en la cabeza y un extremo de éste pendiendo sobre la espalda, Naná K’eri lucía fuerte y majestuosa como las montañas alrededor del lago en su imperio. Naná K’eri representaba la Ma Uarhíti del lugar que equivale al título de reina en los imperios.
Por las mañanas reposábamos sobre pieles de venado orientados hacia Tatá Jurhíata, que asomaba sus rayos dorados entre los cerros, que paulatinamente desvanecían la neblina espesa en la atmósfera y mostrábase el panorama de las islas donde vivía nuestra gente.
La extensa pradera era la fuente de las cosechas fructíferas donde Naná K’eri tenía incontables plantas frutales: guías de zarza, árboles de mora, higos, tejocotes, mas ninguna fruta me gustaba tanto como los tejocotes y los capulines.
-¿Naná cuándo habrá tejocotes?
-Con el florecimiento de los árboles. ¡Seguro jo!
-¿Cuándo madurará el fruto?
-En pleno apogeo de Tatá Jurhíata, sí!
Llegada la hora del desayuno, Naná ordenaba axuni (venado) con algunas hierbas finas servido sobre una penca de maguey. Luego caminábamos bajo las sombra de los árboles.
-¡Naná mis ojos no ven flores ni botones, hoy! Regresaba yo a mis aposentos desconcertado una y otra vez.
Tanganxoan reposó tranquilamente la noche en que hubo una onda cálida en el ambiente.
Pasados algunos días, muy temprano todo parecía igual que siempre, pero al llegar Tanganxoan al huerto, unos que otros frutos de tejocotes yacían bajo los árboles. Colectó entonces todo lo que pudo en su morral y los ofrendó a Naná Uarhíti quien a su vez agradeció a Naná Kuerájperi, nuestra madre tierra, la delicia del fruto.
Mientras se deleitaban con algunos frutos Tanganxoan preguntó:
-¿Cuándo estarán listos los capulines?
Naná uarithi sin verlo al rostro inició su jornada del día y partió a paso lento. Pero su voz fuerte y serena dijeron: Estarán listos tan pronto lleguen las heladas del invierno.
Cierta mañana se mostró el invierno y Tanganxoan se aproximó a Naná Uarhíti, quien permanecía inmóvil, fijamente la mirada esperando el resplandor del sol. Al acerarse a su Naná K’eri, Tanganxoan observó lágrimas frescas, a decir verdad cristales fríos recién corridos en el rostro de Naná. Fue entonces que Tanganxoan hubiera preferido esperar pacientemente los frutos de invierno.







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